Jamás
comprenderé el amor de un convicto por sus rejas, de un esclavo por el señor
que le da latigazos hasta el amanecer o de un ciudadano corriente por la
sociedad que le ha obligado a ser un molde copiado del resto. Es este último
caso el que más me sorprende y me apena pues, siendo conscientes de su estado,
no hacen nada por frotarse los ojos y mirar más allá. Muchas veces he hablado
de la cárcel mental de los individuos, uno a uno y no como sociedad. Ahora, con
las herramientas que tenemos a nuestro alcance, el que sigue ciego es por
elección propia, por acomodamiento, por haberse rendido. Y no aguanto a esa
gente, no por sus gustos, tremendamente
relacionados con la masa consumista y con su condición, no por su faceta
política, religiosa o social, también relacionadas en la inmensa mayoría de los
casos con su condición, sino por esa misma condición que yo percibo, de rechazo
a la vida real, de rechazo a la libertad y de orgullo por su mente cerrada,
pequeña y hueca. No sé si será por la falta de madurez, porque son jóvenes y
necesitan recibir más palos pero, desde luego, su ignorancia y pésimo gusto no
tiene límites, sobre todo porque invierten en ese (negro) futuro. ¿Y quién soy
yo para meterme en los asuntos del resto? Nadie. Antes me importaba, me
molestaba, no lo entendía… Ahora sigo sin entenderlo con la diferencia de que
ya ni me importa ni me molesta, tengo otras cosas más importantes en la que
ocupar mi cabeza. Y, es que, uno nace pero también se puede hacer ya que,
cuando no se dan las circunstancias adecuadas, uno tiene que buscárselas como
sea antes de caer en el pozo de los que tiran su vida a la basura con mierda
copiada y quemada.
Vengan a mí los
luchadores, vengan a mí los que estén dispuestos a mirar más allá y dentro de
sí mismos, vengan a mí los que anteponen sus credenciales y vengan a mí los que
combaten por romper su yugo y sus cadenas
sin dejarse manipular.
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