domingo, 8 de enero de 2017

76. Tabula rasa

He nacido mártir (y quejica) fruto de su circunstancia.
Pobre, obrero y con conciencia de ello. Poco puedo tener, pero poco importa ahora.
De ese poco, hay algo primordial que siempre ha faltado en mi vida y que, por unas cosas u otras, jamás disfrutaré, y es una figura materna o paterna a la que idolatrar y seguir, a la que tomar como ejemplo, de la que extraer las bondades y las maldades de la sociedad, etc.
Lo triste, en realidad, no es que no las tenga, es que las tengo, pero su valor es inexistente en mi vida, incluso la degradan en gran parte. El porqué de ello no importa.
Lo que acontece aquí es: ¿Entonces, en quién me he fijado y me fijo para ser como soy? Esta pregunta durante el proceso de aprendizaje, de niño o adolescente, es complicada de responder porque, inevitablemente, he absorbido parte de su ser, aunque siempre de una forma superficial. Luego, en el momento en el que tengo una inquietud cultural y social mayor, todo se queda en blanco. He sido una tabula rasa sin domesticar hasta hace relativamente poco, he llegado tarde al mundo, con un plus de desventaja sobre el resto.
Siento una envidia casi inexplicable al ver a amigos y conocidos compartir con sus padres, ya sean gustos, inquietudes, meras palabras más allá de lo banal. Yo no he tenido nada de eso, he salido a buscarlo como he podido movido por mis ganas de no quedarme así, en blanco.
Si no fuese porque me siento orgulloso (en gran parte) de como soy, viviría aún más amargado, pero entiendan que me tengo a mí y poco más, que no he creado vínculos fuertes que sigan presentes ahora mismo.

Reflexionando una vez más sobre esto termino jodiéndome el día.

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