martes, 24 de enero de 2017

77. Aventuras en Dublín: mi primer viaje solo.

No pretendo fardar del viaje ni escribir un texto pretencioso, anda que no conozco gente que se ha ido al extranjero a buscarse la vida. De hecho, quiero que sea algo cercano, pues creo que es la mejor manera de soltar tanta palabra, así, a modo de anécdota.

Día 1 Jueves
Después de haber visto el anochecer desde el avión llegué a eso de las siete y algo de la tarde a Dublín. Encontré rápido el bus que me dejaba en la ciudad, así que fetén, en media hora estaba llegando a Temple Bar. Decir que todos los buses de Dublín son de dos plantas, con mucha información por todos lados y conexión wifi bastante rápida.
Al llegar a Temple Bar tiré un poco de intuición, pues ya sin el wifi del bus no podía tirar de Google Maps. Di tres vueltas y, cuando pude pillar conexión durante tres segundos, me di cuenta de que estaba prácticamente al lado del hostal. Había tenido suerte, asombrosamente.
Al entrar en la habitación me encuentro con mi primer roomate, el cual me acompañaría (desgraciadamente) durante los cuatro días que me quedaban allí. Un pavo escocés de 55 años, heavy, con barba larga y tatuajes y, lo más importante, un puto kilt, que el cabrón no se quitaba ni para dormir (literal). Le saludé y me dijo que estaba aquí por un concierto de la gira de despedida de Black Sabbath y Ozzy Osbourne. Hablamos un poco de nuestras vidas y se piró. Yo me hice un poco a la litera y acomodé mis cosas.
Salí a darme una vuelta de reconocimiento, que se alargó bastante porque no encontraba donde cenar algo en condiciones. Tras entrar a un Tesco y fundirme cuatro pavos en un puto sándwich de mierda el cual ni me terminé, volví al hostal para ver si planchaba la oreja o, al menos, descansaba un poco.
Al entrar me encuentro a dos personas más en la habitación dejando sus cosas: un americano morenito y bajito de 28 años, de ascendencia cubana y puertorriqueña, exmilitar  y actualmente viajando por Europa; y a un holandés transexual en plena etapa de hormonas para hacerse mujer, este diría que de casi 40 años, que vestía como una adolescente y con los dientes podridos. Me presento y, no sé por qué, me pongo nervioso y empiezo a preguntarles mil cosas, interrumpiendo casi su conversación. Hablamos de bastantes cosas, cuando el americano se fue a cenar y me quedé casi una hora a solas hablando con el holandés. Hablamos de su país, del mío, de su amigo catalán, de que él es “una diva”, de que yo era muy intenso, de política, de demografía…Nos cundió, la verdad, aunque era un tipo verdaderamente extraño y no parecía llevar una vida demasiado ordenada (por lo visto vivía de hostal en hostal en Irlanda desde hacía años).
Llegó el usano y ya, desde nuestras camas, hablamos para intentar dormir, cosa que se alargó de más. Gran parte del tiempo me dediqué a escucharles, pues era interesante y yo me estaba quedando frito. Decidimos que mejor dormir tras una hora de parloteo…A lo que llegó el escocés, mamadísimo, dándose de hostias con las literas y tirándose pedos. Se fue directo a la cama con todas sus cosas encima de ella y al minuto se puso a roncar. Creo que en mi vida he escuchado unos ronquidos iguales, ronquidos que me joderían noche tras noche.
En este momento comenzó la peor noche de las cuatro. El holandés se levantó entre diez y doce veces a pedirle al escocés que dejase de roncar, siendo ignorado todo el rato, así durante varias horas en plena madrugada. Terminarían los dos haciendo un festival de ronquidos muy curioso, dejándonos a mí y al usano sin dormir.

Día 2 Viernes
El holandés se había ido de la habitación cuando, después de una hostia contra la litera, me desperté a eso de las siete y media. Estaba hecho polvo, pero era el primer día y había que cumplir el itinerario. Salí a desayunar y me sorprendió la cantidad de comida que podía meterme pa’l cuerpo, lo cual apenado tuve que rechazar si quería seguir vivo esos días, no podía inflarme a mierda si no quería tener dolor de estómago. Al rato vino el usano y soltó un ‘Last night…uffff’. Le comprendí de sobra, se veía deambular como yo sin haber podido dormir.
Al terminar el desayuno cogí la mochila, la cámara y me dispuse a ver la parte este de la ciudad: Temple bar completo, zona de tiendas, la linde del río Liffey, los dos o tres parques y las dos o tres catedrales e iglesias de la zona, el Trinity College, etc.
Me cundió bastante y me dio tiempo a ver de todo. Un yonki me paró en medio de uno de los puentes que cruzan el río para decirme que por qué le hacía fotos a ‘un trozo de mierda como el Liffey’, entre otras cosas.
Tuve que salir del paso comiéndome una basura del Subway, el cual odio, pero es que Dublín está lleno de Subways y no son demasiado caros.
Tras unas siete horas pateando volví al hostal para echarme un rato a dormir. Tras casi dos horas sobando hablé con el usano (que también estaba durmiendo) sobre la noche anterior, sobre el escocés y nuestro amigo holandés y llegamos a la conclusión de que éramos los más normales y que teníamos que salir a cenar algo. Ahí empecé a conocer a Alex, que es como se llamaba nuestro americano. Fuimos a un italiano pequeño de estos que sirven pizzas caseras para cuatro mesas que tiene el local. Una pepperoni (me dejó elegir a mí) y unas Moreti italianas para adecentar. Hablamos de su ciudad, Olympia, cercana a Seattle, de su servicio en Letonia y en el norte de Italia, de baloncesto y de rap americano de los noventa. Me dijo que si podíamos hablar un poco de español, que apenas lo hablaba y le daba pena no saber casi nada a pesar de sus orígenes latinos. Joder, me llevaba de puta madre con este chaval, agradable, tranquilo y con conversación, y de pensamiento muy europeo para ser estadounidense, se notaba que había viajado mucho por el viejo continente. Me explicó el concepto de ‘bar-hop’ que viene a ser lo que aquí conocemos como ir de bar en bar. Pues eso, en cuestión de unas tres horas estuvimos en cinco pubs distintos de Temple bar, todos con música en directo y, para mi desgracia, todos con cerveza cara, y más cara aún si evitabas a toda costa las Stout como la Guinness.
De todos me gustó mucho uno donde el mismo público del local no era extranjero, sino puramente irish. El ambiente que se respiraba ya era distinto a los demás, y fue en el que nos quedamos más rato. Tras pasar por el Temple a las tres de la mañana y empezar a ver guardas de seguridad llevarse a borrachos del cuello, decidimos que lo mejor sería sobar aprovechando el pedo para aguantar los ronquidos del escocés. Al llegar nos dimos cuenta de que hoy éramos los últimos y que, además, había una chica durmiendo en una cama y otros dos chavales en las dos restantes. Con la chica no hablé salvo hola y adiós y con los chavales intercambié dos o tres frases. Eran belgas, hermanos, que venían con una familia entera que también estaba en el hostal.
Bueno, había sido un día completito, tocaba dormir.

Día 3 Sábado
Desayuno, algo más tarde de lo que tenía pensado. Bajé solo, me tomé mi té y mis tostadas (el zumo sabía a puta mierda) y salí a coger el DART, algo así como el cercanías de Dublín. Mi idea del sábado era ir a Malahide, luego a Howth (pueblos costeros cercanos a Dublín) y luego volver al hostal. Me desperté un poco hecho mierda, tanto por la tripa como por la rodilla, la cual me estaba matando ya prontito.
Yendo a Malahide se averió el DART a tres paradas de mi destino. Hubo un momento de confusión pero el conductor nos dijo que el siguiente iba seguro a Malahide y, efectivamente, allí llegué.
Malahide es algo así como Las Rozas pero con playa: club de tenis, hostales victorianos, cochazos, praderas verdes y muchas personas paseando a perros de razas puras. Mientras cruzaba el paseo cercano a la playa empecé a sentirme fatal, tenía que ir al baño. Pasando el club de tenis vi un vestuario medio abierto y pensé que si no mejoraba, volvería y me colaría. Cuál fue mi suerte que en plena playa había unos aseos. Casi lloro de la emoción, joder, y estaban bastante limpios. Tras aquello seguí un rato más por la playa, para más adelante retomar mis pasos hacia atrás e ir a visitar el castillo.
Estaba dentro de un complejo amurallado, con enormes praderas verdes, un museo, una tienda y una cafetería. Lleno de españoles, por cierto, cosa que me llamó la atención. Había un paseo llamado ‘Paseo de los pederastas’ y no me atreví a preguntarle a nadie el porqué, pero casi prefería no saberlo. Un par de fotos al castillo, tres vueltas por las praderas y vuelta al DART.
Hice trasbordo en Howth Junction para poder llegar al Howth original, que no tenía mucho que ver con Malahide. Era un pueblo de pescadores, con un enorme muelle y un faro rojo y blanco. Aquí fue el único momento en que pasé frío de todo el viaje, sumando humedad y viento. Me di dos paseos, vi los acantilados, la isla ‘eye of Ireland’ que es un montículo que se ve desde el puerto y me volví al DART, porque la rodilla me había dicho basta y empezaba a fallarme, ya no sólo era dolor.
En el camino de vuelta, en el propio tren, un grupo de seis españolas ignoraban que las estaba entendiendo. Pinta de chonis, hablaban a voces (y mal) a pesar de aparentar treinta años y presuponérseles mayor madurez. Que si sus ex, sus embarazos, sus reglas…Me estaban calentando la cabeza. Me di cuenta de cómo la gente de alrededor las miraba pensando si se creían que estaban solas en el vagón. Se piraron al rato y el viaje fue rápido.
Estaba hambriento y vi un japonés cerca del hostal. Pedí una cosa, me sirvieron otra (vegetariana) la cual me comí igual con el hambre que tenía, acepté la disculpas de la camarera y al hostal, encontrándome de nuevo mal con la tripa y bastante agobiado por aquello.
Me encontré al usano durmiendo, así que yo hice lo mismo. Al despertar y con la rodilla igual pensé en ver si se despertaba también el americano pero, al comprobar que el cabrón estaba seco, dormí un poco más (o al menos lo intenté, porque dormía fatal todo el rato).
Desperté casi a las ocho igual de hecho polvo, así que decidí que nada de fiesta ni de andar mucho más, que McDonalds a lo barato y de vuelta a dormir, y menos mal que así lo decidí, fue lo que me salvó aprovechar el último día.

Día 4 Domingo
Me tocaba ver la parte oeste de la ciudad, entre otras cosas la Guinness Storehouse y el Phoenix Park, el equivalente a nuestro Retiro.
El usano se había ido de madrugada, así que no aparecería más.
La rodilla la tenía mejor y la tripa igual, así que me cargué de kínder bueno (me comí uno cada día aprovechándome de la máquina del hostal, a la cual le sacaba cambio de más siempre) cogí la cámara y salí.
Callejeé de nuevo, cosa que adoro, tirando de intuición a pesar de perderme bastantes veces, para llegar a la fábrica de Guinness. No entré ni tenía intención, pero la arquitectura brutalista del lugar me sorprendió y me encantó a partes iguales.
Después, en Phoenix Park, estuve mucho tiempo, otras cuatro o cinco horas más o menos, haciendo fotos a aves, ardillas y grandes praderas. Estaba tremendamente bien cuidado (a diferencia de la mierda que tiene la ciudad, un poco como Madrid) y había mucha gente haciendo deporte. No vi ningún ciervo por la época en la que estábamos, pero fue un bonito paseo.
A la vuelta pasé de nuevo por el japonés a comer, me había encantado y no era demasiado caro para lo que era la ciudad. Chicken Ramen, un poco de descanso y al hostal a sobar para compensar las noches de ronquidos.
Al despertar me quedaban unas cinco horas de no hacer nada que aún podía aprovechar. Entré a la Filmoteca Irlandesa, que era infinitamente mejor que la nuestra, con restaurante interior y todo. Investigué por un par de lugares más y me volví al hostal, pues no tenía nada más que hacer y al día siguiente volaba de vuelta.

Día 5 Lunes
Con todo hecho y preparado desayuné, recogí, me di un agua y salí para el aeropuerto. Todo sin problema salvo por mi larga espera en la terminal.
Dejé detrás la ciudad de los puentes, del olor a fritanga, de los pubs y de la música.
Recomiendo a cualquier persona que dude en viajar solo que se decida a hacerlo pues, salvo los momentos de soledad aburridos, es una experiencia muy grata. Me sorprendió además que me pudiera manejar sobrado con el inglés, estando acojonado días antes con este tema.


La hostia de realidad me la llevé al volver a casar para seguir aguantando voces y malos modales…

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