No
pretendo fardar del viaje ni escribir un texto pretencioso, anda que no conozco
gente que se ha ido al extranjero a buscarse la vida. De hecho, quiero que sea
algo cercano, pues creo que es la mejor manera de soltar tanta palabra, así, a
modo de anécdota.
Día 1
Jueves
Después
de haber visto el anochecer desde el avión llegué a eso de las siete y algo de
la tarde a Dublín. Encontré rápido el bus que me dejaba en la ciudad, así que
fetén, en media hora estaba llegando a Temple Bar. Decir que todos los buses de
Dublín son de dos plantas, con mucha información por todos lados y conexión
wifi bastante rápida.
Al
llegar a Temple Bar tiré un poco de intuición, pues ya sin el wifi del bus no
podía tirar de Google Maps. Di tres vueltas y, cuando pude pillar conexión
durante tres segundos, me di cuenta de que estaba prácticamente al lado del
hostal. Había tenido suerte, asombrosamente.
Al
entrar en la habitación me encuentro con mi primer roomate, el cual me acompañaría (desgraciadamente) durante los
cuatro días que me quedaban allí. Un pavo escocés de 55 años, heavy, con barba
larga y tatuajes y, lo más importante, un puto kilt, que el cabrón no se
quitaba ni para dormir (literal). Le saludé y me dijo que estaba aquí por un
concierto de la gira de despedida de Black Sabbath y Ozzy Osbourne. Hablamos un
poco de nuestras vidas y se piró. Yo me hice un poco a la litera y acomodé mis
cosas.
Salí a
darme una vuelta de reconocimiento, que se alargó bastante porque no encontraba
donde cenar algo en condiciones. Tras entrar a un Tesco y fundirme cuatro pavos
en un puto sándwich de mierda el cual ni me terminé, volví al hostal para ver
si planchaba la oreja o, al menos, descansaba un poco.
Al
entrar me encuentro a dos personas más en la habitación dejando sus cosas: un
americano morenito y bajito de 28 años, de ascendencia cubana y puertorriqueña,
exmilitar y actualmente viajando por
Europa; y a un holandés transexual en plena etapa de hormonas para hacerse
mujer, este diría que de casi 40 años, que vestía como una adolescente y con
los dientes podridos. Me presento y, no sé por qué, me pongo nervioso y empiezo
a preguntarles mil cosas, interrumpiendo casi su conversación. Hablamos de
bastantes cosas, cuando el americano se fue a cenar y me quedé casi una hora a
solas hablando con el holandés. Hablamos de su país, del mío, de su amigo
catalán, de que él es “una diva”, de que yo era muy intenso, de política, de
demografía…Nos cundió, la verdad, aunque era un tipo verdaderamente extraño y
no parecía llevar una vida demasiado ordenada (por lo visto vivía de hostal en
hostal en Irlanda desde hacía años).
Llegó
el usano y ya, desde nuestras camas, hablamos para intentar dormir, cosa que se
alargó de más. Gran parte del tiempo me dediqué a escucharles, pues era
interesante y yo me estaba quedando frito. Decidimos que mejor dormir tras una
hora de parloteo…A lo que llegó el escocés, mamadísimo, dándose de hostias con
las literas y tirándose pedos. Se fue directo a la cama con todas sus cosas
encima de ella y al minuto se puso a roncar. Creo que en mi vida he escuchado
unos ronquidos iguales, ronquidos que me joderían noche tras noche.
En
este momento comenzó la peor noche de las cuatro. El holandés se levantó entre
diez y doce veces a pedirle al escocés que dejase de roncar, siendo ignorado
todo el rato, así durante varias horas en plena madrugada. Terminarían los dos
haciendo un festival de ronquidos muy curioso, dejándonos a mí y al usano sin
dormir.
Día 2
Viernes
El
holandés se había ido de la habitación cuando, después de una hostia contra la
litera, me desperté a eso de las siete y media. Estaba hecho polvo, pero era el
primer día y había que cumplir el itinerario. Salí a desayunar y me sorprendió
la cantidad de comida que podía meterme pa’l cuerpo, lo cual apenado tuve que
rechazar si quería seguir vivo esos días, no podía inflarme a mierda si no
quería tener dolor de estómago. Al rato vino el usano y soltó un ‘Last
night…uffff’. Le comprendí de sobra, se veía deambular como yo sin haber podido
dormir.
Al
terminar el desayuno cogí la mochila, la cámara y me dispuse a ver la parte
este de la ciudad: Temple bar completo, zona de tiendas, la linde del río
Liffey, los dos o tres parques y las dos o tres catedrales e iglesias de la
zona, el Trinity College, etc.
Me
cundió bastante y me dio tiempo a ver de todo. Un yonki me paró en medio de uno
de los puentes que cruzan el río para decirme que por qué le hacía fotos a ‘un
trozo de mierda como el Liffey’, entre otras cosas.
Tuve
que salir del paso comiéndome una basura del Subway, el cual odio, pero es que
Dublín está lleno de Subways y no son demasiado caros.
Tras
unas siete horas pateando volví al hostal para echarme un rato a dormir. Tras
casi dos horas sobando hablé con el usano (que también estaba durmiendo) sobre
la noche anterior, sobre el escocés y nuestro amigo holandés y llegamos a la
conclusión de que éramos los más normales y que teníamos que salir a cenar
algo. Ahí empecé a conocer a Alex, que es como se llamaba nuestro americano.
Fuimos a un italiano pequeño de estos que sirven pizzas caseras para cuatro
mesas que tiene el local. Una pepperoni (me dejó elegir a mí) y unas Moreti
italianas para adecentar. Hablamos de su ciudad, Olympia, cercana a Seattle, de
su servicio en Letonia y en el norte de Italia, de baloncesto y de rap
americano de los noventa. Me dijo que si podíamos hablar un poco de español,
que apenas lo hablaba y le daba pena no saber casi nada a pesar de sus orígenes
latinos. Joder, me llevaba de puta madre con este chaval, agradable, tranquilo
y con conversación, y de pensamiento muy europeo para ser estadounidense, se
notaba que había viajado mucho por el viejo continente. Me explicó el concepto
de ‘bar-hop’ que viene a ser lo que aquí conocemos como ir de bar en bar. Pues
eso, en cuestión de unas tres horas estuvimos en cinco pubs distintos de Temple
bar, todos con música en directo y, para mi desgracia, todos con cerveza cara,
y más cara aún si evitabas a toda costa las Stout como la Guinness.
De todos
me gustó mucho uno donde el mismo público del local no era extranjero, sino
puramente irish. El ambiente que se respiraba ya era distinto a los demás, y
fue en el que nos quedamos más rato. Tras pasar por el Temple a las tres de la
mañana y empezar a ver guardas de seguridad llevarse a borrachos del cuello,
decidimos que lo mejor sería sobar aprovechando el pedo para aguantar los
ronquidos del escocés. Al llegar nos dimos cuenta de que hoy éramos los últimos
y que, además, había una chica durmiendo en una cama y otros dos chavales en
las dos restantes. Con la chica no hablé salvo hola y adiós y con los chavales
intercambié dos o tres frases. Eran belgas, hermanos, que venían con una
familia entera que también estaba en el hostal.
Bueno,
había sido un día completito, tocaba dormir.
Día 3
Sábado
Desayuno,
algo más tarde de lo que tenía pensado. Bajé solo, me tomé mi té y mis tostadas
(el zumo sabía a puta mierda) y salí a coger el DART, algo así como el
cercanías de Dublín. Mi idea del sábado era ir a Malahide, luego a Howth
(pueblos costeros cercanos a Dublín) y luego volver al hostal. Me desperté un
poco hecho mierda, tanto por la tripa como por la rodilla, la cual me estaba
matando ya prontito.
Yendo
a Malahide se averió el DART a tres paradas de mi destino. Hubo un momento de
confusión pero el conductor nos dijo que el siguiente iba seguro a Malahide y,
efectivamente, allí llegué.
Malahide
es algo así como Las Rozas pero con playa: club de tenis, hostales victorianos,
cochazos, praderas verdes y muchas personas paseando a perros de razas puras.
Mientras cruzaba el paseo cercano a la playa empecé a sentirme fatal, tenía que
ir al baño. Pasando el club de tenis vi un vestuario medio abierto y pensé que
si no mejoraba, volvería y me colaría. Cuál fue mi suerte que en plena playa
había unos aseos. Casi lloro de la emoción, joder, y estaban bastante limpios.
Tras aquello seguí un rato más por la playa, para más adelante retomar mis
pasos hacia atrás e ir a visitar el castillo.
Estaba
dentro de un complejo amurallado, con enormes praderas verdes, un museo, una
tienda y una cafetería. Lleno de españoles, por cierto, cosa que me llamó la atención.
Había un paseo llamado ‘Paseo de los pederastas’ y no me atreví a preguntarle a
nadie el porqué, pero casi prefería no saberlo. Un par de fotos al castillo,
tres vueltas por las praderas y vuelta al DART.
Hice
trasbordo en Howth Junction para poder llegar al Howth original, que no tenía
mucho que ver con Malahide. Era un pueblo de pescadores, con un enorme muelle y
un faro rojo y blanco. Aquí fue el único momento en que pasé frío de todo el
viaje, sumando humedad y viento. Me di dos paseos, vi los acantilados, la isla ‘eye
of Ireland’ que es un montículo que se ve desde el puerto y me volví al DART,
porque la rodilla me había dicho basta y empezaba a fallarme, ya no sólo era
dolor.
En el
camino de vuelta, en el propio tren, un grupo de seis españolas ignoraban que
las estaba entendiendo. Pinta de chonis, hablaban a voces (y mal) a pesar de
aparentar treinta años y presuponérseles mayor madurez. Que si sus ex, sus
embarazos, sus reglas…Me estaban calentando la cabeza. Me di cuenta de cómo la
gente de alrededor las miraba pensando si se creían que estaban solas en el
vagón. Se piraron al rato y el viaje fue rápido.
Estaba
hambriento y vi un japonés cerca del hostal. Pedí una cosa, me sirvieron otra
(vegetariana) la cual me comí igual con el hambre que tenía, acepté la
disculpas de la camarera y al hostal, encontrándome de nuevo mal con la tripa y
bastante agobiado por aquello.
Me
encontré al usano durmiendo, así que yo hice lo mismo. Al despertar y con la
rodilla igual pensé en ver si se despertaba también el americano pero, al
comprobar que el cabrón estaba seco, dormí un poco más (o al menos lo intenté,
porque dormía fatal todo el rato).
Desperté
casi a las ocho igual de hecho polvo, así que decidí que nada de fiesta ni de
andar mucho más, que McDonalds a lo barato y de vuelta a dormir, y menos mal
que así lo decidí, fue lo que me salvó aprovechar el último día.
Día 4
Domingo
Me
tocaba ver la parte oeste de la ciudad, entre otras cosas la Guinness
Storehouse y el Phoenix Park, el equivalente a nuestro Retiro.
El
usano se había ido de madrugada, así que no aparecería más.
La
rodilla la tenía mejor y la tripa igual, así que me cargué de kínder bueno (me
comí uno cada día aprovechándome de la máquina del hostal, a la cual le sacaba
cambio de más siempre) cogí la cámara y salí.
Callejeé
de nuevo, cosa que adoro, tirando de intuición a pesar de perderme bastantes
veces, para llegar a la fábrica de Guinness. No entré ni tenía intención, pero
la arquitectura brutalista del lugar me sorprendió y me encantó a partes
iguales.
Después,
en Phoenix Park, estuve mucho tiempo, otras cuatro o cinco horas más o menos,
haciendo fotos a aves, ardillas y grandes praderas. Estaba tremendamente bien
cuidado (a diferencia de la mierda que tiene la ciudad, un poco como Madrid) y
había mucha gente haciendo deporte. No vi ningún ciervo por la época en la que
estábamos, pero fue un bonito paseo.
A la
vuelta pasé de nuevo por el japonés a comer, me había encantado y no era
demasiado caro para lo que era la ciudad. Chicken Ramen, un poco de descanso y
al hostal a sobar para compensar las noches de ronquidos.
Al
despertar me quedaban unas cinco horas de no hacer nada que aún podía
aprovechar. Entré a la Filmoteca Irlandesa, que era infinitamente mejor que la
nuestra, con restaurante interior y todo. Investigué por un par de lugares más
y me volví al hostal, pues no tenía nada más que hacer y al día siguiente
volaba de vuelta.
Día 5 Lunes
Con
todo hecho y preparado desayuné, recogí, me di un agua y salí para el
aeropuerto. Todo sin problema salvo por mi larga espera en la terminal.
Dejé
detrás la ciudad de los puentes, del olor a fritanga, de los pubs y de la
música.
Recomiendo
a cualquier persona que dude en viajar solo que se decida a hacerlo pues, salvo
los momentos de soledad aburridos, es una experiencia muy grata. Me sorprendió
además que me pudiera manejar sobrado con el inglés, estando acojonado días
antes con este tema.
La
hostia de realidad me la llevé al volver a casar para seguir aguantando voces y
malos modales…
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